ese maldito cartero.
dieron las 12 en punto y el sol comenzaba a lucir por primer vez en el día. ¡maldito gordo sabes qué hora es? no, no sé qué hora es, le contesté. ¡maldito gordo son las 12 en punto! no contesté nada y vi cómo el maldito gordo salía flotando hacia la puerta de salida. todos los trabajadores de la fábrica de humo dejaban de fabricar humo y salían a ver el sol (cuando este no se ocultaba detrás del humo) a las 12 en punto, 6 en punto y 29 en punto.
¡hey maldito gordo, tus pantalones! 84.43 segundos. el maldito gordo no me contestó. jamás comprendí esa extraña manía de bajarse los bombachos hasta las rodillas en horas de trabajo; menos cuando podías alquilar casilleros individuales para guardar tu panza durante las jornadas laborales. la mía no era tan grande, pesaba solamente 80 litros, así que podía alojarla dentro de los casilleros más pequeños y ahorrarme unos cuantos frijoles.
4 semanas y pudimos ver por segunda vez (la primera para mí en realidad) el ‘Inti’ inca (el sol), exactamente a las 6 en punto. me oculté en un recoveco entre las máquinas Olivetti para leer el periódico durante la primera salida de tal astro mientras todos mis demás compañeros alborotaban los jardines para que así nadie interrumpiese mi lectura. las compañeras no tenían tanta suerte, ellas nunca lograban verlo antes del anochecer ya que trabajaban por debajo de la tierra. les compañeres ni se diga, elles trabajaban en las profundidades de los océanos descubriendo arrecifes; nuestra fábrica, en cambio, se sostenía sobre las nubes. y es que seamos sinceros, viajar desde las profundidades de los océanos hasta lo más alto del gris cielo únicamente para apreciar durante unos cuantos segundos la imagen del sol reflejada en el lado luminoso de la luna y volver para completar la jornada entera en una fábrica de mierda (de humo) me parece imposible. SUMAMENTE IMPOSIBLE.
restaban solamente 74 años para que el reloj exclamase “¡son las 29 en punto malditos gordos!”, así que todos los trabajadores creímos pertinente pasarnos los intereses (fabricar humo, y + humo, y + humo, y +) de nuestro tan querido patrón capitalista tragahumo por los huevos y salir flotando directo a las carreras. hoy era un día especial: ¡corría el cartero vs el cantinero! yo había apostado 100 frijoles a que el cantinero recitaba el mejor poema, con chance de tregua en caso de herir de muerte a más de un espectador. mis demás compañeros parecían idiotas, apostándole al cartero 2 o 3 frijoles por cada palabra mal escrita y sin chance de tregua. SIN CHANCE DE TREGUA. Ja, ja, ja, ja, ¿pueden creer eso?
entré al bar del lugar.
¡hey maldito gordo, a quién le habéis apostado hoy?, me preguntó uno de ellos. ¡al cartero, maldito tragahumo!, respondí mientras le atiborraba el ombligo con ambos dedos meñiques del pie. “la suerte me ha favorecido estos últimos 15 segundos, es hora de ir a por lo grande”, pensé esa misma noche antes de huir de casa hacia la chamba. ¿coincidencia? no lo creo. mejor dicho: ¡carreras!
cartero vs cantinero. cantinero vs cartero. cartero contra cantinero y cantinero contra cartero. corren corren cantinero vs cartero y cartero corre corre corre vs cantinero. cantinero vs corren contra cantinero vs cartero corre corre corren cartero vs corre cantinero. corren cantinero vs corren cartero cantinero corren corren vs. corre corren. vs.
me
bebí
mi
último
trago.
salí del bar.
caminé en dirección hacia las gradas.
caminé entre personas prendidas en fuego.
caminé entre bomberos.
caminé entre trabajadores de la funeraria.
caminé entre jardineros y floristas.
caminé entre químicos.
caminé entre chamanes.
caminé hasta llegar a las gradas. busqué mi asiento: 91F.
jamás lo encontré. me dispuse a observar las carreras desde lo más alto de un árbol de humo.
¡señor, baje ahora mismo de ese árbol de humo!, gruñó un maldito gordo.
bajé del maldito árbol de humo.
negocié entonces un lugar con una vieja señora a cambio de un abrazo. ella aceptó.
ahí estaba yo, a punto de ver al cantinero degollar al cartero con una sola estrofa cuando de repente escuché una voz detrás de mi oído que dijo: estáis acabado tío, le he contado a mis padres todo sobre tus carreras.
salí volando y nunca más volví a las carreras… ni a la fábrica de humo.
— cantinero sírvame otro whisky, que las letras de los anuncios se me están moviendo de lugar.
— señor esta es una iglesia.